viernes, 7 de enero de 2011

La decima Musa en los Queaseres coquinarios II


Dulces tentaciones





Pintura  Contemporánea de Sor Juana, donde se le representa antes de
tomar los votos.
Esta Sor Juana una de las amadísimas novias místicas que comparto con el altísimo, sin duda alguna, uno de los genios mas grandilocuentes que se ha engendrado en nuestra nación pero como lo han leído en la entrada pasada las alas de esta monja profesa en el convento de San Gerónimo no  se limitaron a bolar en el mundo de las letras al cual se entrego en cuerpo y alma tal como lo asiera para su esposo el cordero de Dios, pues también revolotearon alrededor de unas de las artes que  han  pertenecido y dominado las mujeres a trabes de cada nueva contemporaneidad en la cual navega la humanidad, si estoy  hablando de  las artes culinarias.


Para muchas  personas  tal vez resulte desconocido e inclusive  algo  contradictorio que una mujer dueña de una genialidad tan conspicua, haya también cocinado. Que Sor Juana haya dedicado parte de su tiempo a  la cocina tal vez fue un asunto de circunstancia, tarea inevitable o gozo creativo. Tal vez no podríamos asegurar las emociones gestadas en esta dama novohispana al momento de sazonar o picar los alimentos, más  él  hecho  que detono su estadía en este espacio monacal  se debió a que a través de la carta  atenagorica donde hace una dura crítica   al “ sermón del mandato” del  eminente y afamado teólogo portugués jesuita Antonio Vieira, sobre las finezas de Cristo, atreviéndose a  tal acto a pesar de ser mujer  puesto que temas referentes a la religión católica como la teología cuyo estudio estaba confinado solo para los masculinos, una monja no debía siquiera inmiscuirse en tales áreas del conocimiento, ya que era impensable que su intelecto estuviera a la altura de tales materias. 




Después de lo escrito por Sor Juana lo cual causo gran revuelo, al igual que polémica, el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz le escribe una carta a esta esposa de Cristo,  ocultando su verdadera identidad, firmando bajo el nombre de sor Filotea de la cruz en la que, aun reconociendo el talento de la autora, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres. Como ya lo cite anteriormente el hecho de que el fénix de México haya hecho tal crítica origino que la castigaran mandándola a la cocina.


Pero mandándola tal vez o más bien con la intención de aplacar  su éxtasis creativo a la cocina, se ve fracasado tal propósito ya que la cocina  represento para ella  un lugar lleno de utensilios que serian los equivalentes a los de un laboratorio de alquimista, pues la cocina tiene mucho de esta ciencia que Juana no desconocería. Si  descubrió que el arte culinario es también una de las ciencias  más exacta pues en estas el orden de los factores si altera el producto, entonces el cocinar para ella fue como experimentar lo que lejos de distraerla del oficio de la pluma la motivaron a seguir filosofando y ahora lo aria sobre su nueva experiencia, la cual plasmaría con una irónica elegancia en la lúcida defensa de su vocación, La respuesta a Sor Filotea, Sor Juana escribe: 


Pues ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí y juntos no. Por no cansaros con tales frialdades, que sólo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa; pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.


Para  satisfacer el antojo de  la  marquesa de la Laguna, virreina de la Nueva España   que estaba en cinta, Sor Juana le envió en  una ocasión un dulce de nuez  cocinado con “los rayos de Apolo” y en otra, le obsequio como regalo de pascuas  dos guisados: uno de pese bobos y otro de gallinas. En sus villancicos habla de la leche que se deja al sereno para que cuaje, de los dulces y de las hierbas medicinales.  


Si la cocina para  la decima musa fue otra forma de materialisar su sapiencia al mismo tiempo que un medio para lisonjear a sus benefactores e interlocutores.


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